El Rey Don Pedro I protagoniza otra de las
historias más antiguas de la ciudad y que tiene como protagonista a su propia
cabeza. Iba el monarca por el casco antiguo de Sevilla cuando se topó con un
enemigo, hijo del Conde de Niebla, que apoyaba al hermano bastardo del rey. Ambos se enzarzaron en una pelea a espadas y el de los Guzmanes acabó
muerto. Una anciana que vivía en la calle de enfrente lo vio todo desde la
ventana y al retirarse de la misma se le cayó el candil y por el ruido fue descubierta.
Cuando los Guzmanes pidieron justicia, la
anciana -que había reconocido a Don Pedro-, se negó a declarar. El monarca, que
quería comprobar hasta que punto era verdad la afirmación del entonces alcalde
de que ningún crimen en Sevilla quedaba sin castigo,
pidió llamar a la mujer a
su presencia. Le preguntó
por el autor del crimen y la mujer hizo traer un espejo, que puso frente al rostro de Don
Pedro. «Aquí tenéis al asesino», dijo.
Don Pedro había prometido entregar la cabeza del
criminal y lo cumplió,
pero sin morir en el intento y sin confesar su autoría. Hizo encerrar un busto
suyo en una caja de madera y posarlo en una hornacina en la calle de los hechos,
con la condición de que no se abriera hasta su muerte; y así se hizo.
Hoy día puede verse
el busto en la calle «Cabeza del Rey Don Pedro» y la vía que hay frente a ella
lleva el nombre de «Candilejo», por el candil -diminutivo, candilejo- con que
se alumbraba la testigo que reconoció al rey a pesar de ir embozado por el
chasquido de las rodillas.
El busto y nicho actual son obra de Marcos Cabrera, colocados alrededor de los años 1620-30,
sustituyendo a los más antiguos, de barro, que había en el mismo lugar.
Representa al rey, coronado y con manto real sobre los hombros. En la mano
derecha lleva un cetro que apoya sobre el hombro y la mano izquierda descansa
sobre la espada.