El protagonista de esta historia es Juan Araújo, exfutbolista del Sevilla FC, quien en 1965 tuvo que
enfrentarse al dolor de ver morir a su hijo tras una larga enfermedad.
Durante
su padecimiento, Araújo, devoto del Cristo del Gran Poder, le pidió en
repetidas ocasiones que sanara a su hijo. Tras el trágico desenlace, el
padre, roto de dolor, renegó de su fe y
le dijo al Gran Poder que jamás volvería a su iglesia y
que la próxima vez que se vieran sería porque el Señor de Sevilla hubiera ido a
visitarlo a su casa.
Caprichos del destino, aquel mismo año se
celebraron en la capital hispalense las llamadas Misiones Populares, en las que varias imágenes de la Semana Santa
sevillana salían de su confinamiento en el casco histórico para hacer un recorrido extraordinario por los diferentes distritos de la ciudad. Al Gran Poder le
correspondió la zona de Nervión, donde Araújo había montado un taller.
El día de la procesión, la lluvia sorprendió a la cofradía, que buscó refugio en un templo
cercano, pero estaba cerrado. Al ver la nave del local de Juan Araújo,
decidieron llamar para buscar cobijo. «¿Quién es?», preguntó y la respuesta que obtuvo fue
«El Gran Poder». Cuando abrió, efectivamente encontró al Cristo en la puerta, tras
lo que cayó arrodillado al suelo, tan sorprendido como arrepentido por su
desafío.