Antonio Susillo Fernández fue un escultor sevillano
que debido a las malas compañías (se dice que su segunda
mujer era una despilfarradora compulsiva), llegó un momento en el que se vio
sumido en la más absoluta ruina, y cuando recibió el encargo de
tallar una imagen en bronce para el Cementerio de San Fernando, se aferró a
este proyecto como un clavo ardiendo para empezar de cero. Aun así, no pudo
sentir mayor decepción cuando, al terminar la obra, se dio cuenta de que había
esculpido la pierna izquierda sobre la derecha (al revés de lo que dicen
Sagradas Escrituras). Incapaz de asumir su error, decidió ahorcarse en su estudio,
aunque otras fuentes apuntan a que se pegó un tiro en la cabeza.
Y llegados a este punto entra en juego la
leyenda. Existe la creencia generalizada de que los sevillanos eran partidarios
de enterrar su cuerpo en el centro del camposanto, debajo de la imagen que él
mismo materializó, pero las autoridades eclesiásticas se negaron,
pues ya se
sabe que el suicidio no está aceptado por la fe católica. Pese a todo, 30 años
después, el debate volvió a la calle a raíz de un artículo publicado en prensa
y en 1940, con el beneplácito de la Iglesia y el Ayuntamiento, fue sepultado en
dicho lugar. Cuando todo parecía estar en orden, un acontecimiento
extraordinario volvió a convertir a Antonio Susillo en motivo de actualidad: el
Cristo que había cincelado lloraba.
.
Lo que brotaba de sus ojos no era agua
salada ni tampoco bendita, sino miel. El mismísimo Vaticano se vio obligado a
enviar a uno de sus investigadores para determinar si estaban ante un milagro,
pero las pruebas concluyeron que las abejas habían formado una colonia en el
interior de la imagen. Aun así, desde entonces se le conoce como el Cristo de
las Mieles.